La sensibilidad facial se refiere al bajo sistema de defensas de la piel, lo que la hace reaccionar ante cualquier agresión o estímulo. La piel de la cara está muy inervada, con muchas terminaciones nerviosas, lo que la hace más susceptible a la sensibilidad y la irritación. La piel sensible puede reaccionar a factores ambientales, como cambios de temperatura o exposición a alérgenos, así como a productos cosméticos. Puede ser un síntoma de una afección subyacente o una afección en sí misma.

Las causas y tipos de sensibilidad facial pueden variar. Puede deberse a trastornos nerviosos, lesiones, infecciones o alergias. Por ejemplo, el dolor facial puede ser causado por la neuralgia del trigémino, que es un trastorno nervioso que afecta la cara. Otros síntomas de la sensibilidad facial pueden incluir aumento de la sensibilidad al sonido, dolor de cabeza, pérdida del sentido del gusto y producción excesiva o insuficiente de lágrimas. La piel seca también puede contribuir a la sensibilidad facial, especialmente en áreas expuestas a los elementos, como la cara, las manos y los brazos.

El manejo y el tratamiento de la sensibilidad facial dependen de la causa subyacente y el tipo de sensibilidad. Es fundamental identificar los factores desencadenantes y evitarlos en la medida de lo posible. El tratamiento puede incluir lubricación del ojo, uso intermitente de un parche en el ojo y corticosteroides para la parálisis facial idiopática. El tratamiento fisioterapéutico también puede tener en cuenta la sensibilidad, la fuerza muscular y la sincinesia, y utilizar técnicas como ejercicios faciales y masajes. Es fundamental consultar a un profesional de la salud para determinar el mejor curso de acción para controlar la sensibilidad facial.